junio 20, 2009

iPhone 3.0

El 17 de junio fue el día mas largo de mi vida. Mas de 10 veces antes de las 12:00 hrs. revisé mi Twitter Feed para saber si ya estaba disponible la actualización del iPhone y tan pronto como vi el twit de ArsTechnica confirmando la disponibilidad, empecé a sufrir por querer salir corriendo a mi casa para hacer lo propio.

Por supuesto que como buen enajenado, loco, geek me quedé despierto frente a la computadora el día anterior hasta las 0:00 hrs. de California (2:00hrs. Ciudad de México) para ver si liberaban la versión a esa hora. Claro que no paso nada y aparte de desesperado estaba súper desvelado y cansado.

Finalmente salí corriendo a las 18:00 hrs. en punto y aunque llegué a mi casa poco antes de las 18:30, se me hizo que el camino fue largo, largo, largo…

No tuve ninguno de los problemas que estaban reportando lo pobrecillos clientes de AT&T en Estados Unidos (mi cuate Oscar de Chicago se quedó sin iPhone por mas de 10 hrs.) pero si esperé mas de 40 minutos para que bajaran los 250 MB (aprox). Se me hizo que mi, ya de por si lenta, conexión DSL de 2MB se había convertido en una Dial-Up de 54kb como de los ‘90s!!!

Entre una cosa y la otra, mejor me puse a ver un poco de TV para distraerme y en algo como 50 minutos vi que mi iPhone ya estaba actualizado y listo para empezar a probar las bondades del OS 3.0

Yo opino que lo mejor de la actualización es la inclusión de Spotlight (el buscar de Mac) con lo cual puedes encontrar lo que quieras en pocos pasos y en una sola pantalla. Muy útil para encontrar contactos y para hurgar en la bandeja de entrada del Mail en donde siempre es un dolor de cabeza buscar algo. El famoso Copy/Paste funciona bien y va a ser muy útil el día que lo necesite, por ahora no se si ya estaba acostumbrado a no tenerlo o si mas bien es algo que siempre debió de estar ahí y que mas bien no puedo tomarlo como una mejora.

Hay muchas otras “mejoras” (100 según Apple) pero no mucho que cambie la experiencia de uso y nada como para hacer un escándalo.

El que alguien como yo (he probado todas las marcas de celulares y todas las opciones de sistema operativo) haya conservado el equipo por casi un año y pretenda quedármelo otro año mas (depende de las opciones de actualización al iPhone 3GS que tenga Telcel), creo que dice algo sobre el nivel de satisfacción que se obtiene del producto. Ya no se trata de lo “bonito” del objeto (el mío está un poco golpeado por la vida) ni de moda o marca: se trata de la costumbre de traer todo mi mundo digital en la mano, confiar que funcionará en el momento que yo lo requiera, sin esfuerzo, sin mucho pensar y en un par de segundos. ¿Qué otro equipo me ofrece esto?

En conclusión: gracias pero no hacia falta o… la cereza del pastel.

junio 06, 2009

El día mas largo...

Hace casi 69 años (septiembre 1940), en una noche de septiembre; una pareja de españoles exiliados en Londres desde hacía dos años, huyendo de los horrores de la Guerra Civil, sufrieron la perdida de su hija recién nacida a consecuencia de la evacuación a media noche de una zona de la ciudad que estaba siendo bombardeada por la Luftwaffe (Fuerza Aérea Alemana) y que en menos de dos horas causó el incendio y destrucción completa de mas de veinte cuadras de una antigua zona residencial. Los habitantes buscaron refugio en los túneles del metro pero el desorden causado por el pánico provocó la asfixia de varias personas, entre ellas la niña de dos meses que era sostenida en los brazos de aquella mujer nacida en San Sebastián mientras su esposo, nacido en Ciudad Real, sostenía fuertemente la mano de su hijo de 3 años quien corría descalzo sobre los fríos y húmedos adoquines. Un gendarme de la guardia Londinense encargado de la evacuación le pidió a Guadalupe que dejara al niño antes de entrar al túnel: “it’s a girl” fue su respuesta, “I’m sorry my lady, I can not let you in with her, you can let her rigth here and pick her up as soon as we can safetly get out… You have to leave her out, we don’t know how long it will take” le dijo el guardia sin mirarla a los ojos, “Esta muerta Lupe, déjala aquí, al rato venimos por ella” le dijo su esposo. Después de ver por un momento la cara y el cuerpo maltratado de la niña y sin una sola lagrima en sus ojos; Guadalupe se inclino para dejar a su hija debajo de una banca que estaba a la entrada de la estación, se aseguró de que estuviera bien cubierta y sin decir nada tomó la otra mano de su hijo y corrió hacia la escalera que conducía a los túneles.

Según recordó Martín, algunos meses antes de morir en 1999, caminaron por el túnel hasta llegar a la siguiente estación y no pudieron seguir más porque había demasiad gente sentada en el piso y nada de luz.

Seis horas después salieron del túnel por la estación mas cercana y descubrieron que lo habían perdido todo; no encontraban el lugar en el que había estado su casa, no podían distinguir una calle de la otra y lo peor: la entrada a la estación en la que había dejado el cuerpo de su hija, había sido destruida por una bomba que alcanzó a herir a algunos refugiados en el túnel. Por mas que buscaron entre los escombros, no pudieron distinguir nada, todo estaba quemado.

Dos meses después en una fría y nebulosa mañana, Martín despertó a su esposa: “¡Ya llegamos Lupe!” le dijo emocionado mientras se ponía el único abrigo que llevaba consigo después de haber comprado algo de ropa antes de embarcase en Liverpool a donde llegaron luego de haber abandonado Londres en medio de otro bombardeo al siguiente día de la muerte de su hija. Viajaron hacia América en un barco mercante en el que Martín pago su pasaje con trabajo en las bodegas mientras Guadalupe limpiaba y cocinaba para la tripulación y otros refugiados, en esos día no había lugar en uno solo de los barcos de pasajeros que se aventuraban a cruzar el atlántico y a exponerse a los bombardeos de los submarinos alemanes. Mas de dos semanas les tomó llegar a su destino y en esa mañana Martín le pidió a su esposa que salieran a cubierta para ver.

Cuando muchos años después Martín le contó a su nieto lo que había pasado; sus ojos se llenaron de lagrimas, sus arrugadas manos temblaron, su voz se quebró con cada palabra y al final se dejó llevar por un llanto ante el que su nieto no tuvo mas que observar mientras trataba de imaginar aquello.

“Salimos corriendo a la cubierta que ya estaba llena de gente, ¡gente como nosotros!, hacía mucho frío y un viento de esos que te entra hasta los huesos pero seguimos corriendo hasta el borde y miramos a lo lejos, no se veía nada. Paso un rato hasta que escuchamos una sirena y la gente empezó a gritar y a tirarse al suelo arrodillada, ¡se veía la estatua de la libertad!, se veía chiquita, a lo lejos, pero ¡se veía!”

La pareja pasó los siguiente tres años en Nueva York en lo que pudieron contactar a la familia de Guadalupe que había emigrado a una pequeña ciudad en el centro de México poco después de que Martín decidiera aceptar la oferta de trabajo que le ofreció su hermano en Londres y alejarse de España. El deseo de reunirse con los suyos y el miedo de que la guerra los volviera a alcanzar les hizo viajar por tierra durante varias semanas con sus dos hijos y lo poco que habían decidido llevar para iniciar su nueva vida.

Para junio de 1944, la familia ya estaba instalada en la Ciudad de Aguascalientes y estaban esperando a la segunda de un total de las tres hijas que tuvieron (la primera nació en Nueva York en 1942) y para cuando se anunció la rendición de Alemania a los soviéticos el 9 de mayo de 1945, Martín ya había iniciado lo que sería una exitosa carrera en el sector de la construcción de obras civiles mientras su esposa se convirtió en la primera mujer en impartir una cátedra en la Universidad del estado y en una activista por los derechos de la mujer y el respeto a la diversidad de credo.

Al morir en 1991 en su casa de la Ciudad de México, Guadalupe había disfrutado de los frutos de su siempre ejemplar optimismo y de la infinita admiración de sus hijos, sus nietos y todos sus conocidos, “Pero que alegre es Lupe, ¿verdad?” comentó una de sus mas antiguas amistades durante la fiesta de gala con la que la pareja festejó sus 50 años de casados, “Mira que andar bailando con tacones y sin bastón… pero si luego no puedes ni caminar…” le dijo su hija mayor preocupada esa misma noche.

Aquella tarde en la que Martín le contó sobre La Guerra a su nieto de 24 años, la enfermera que se encargaba de cuidarlo desde la muerte de su esposa tuvo que darle un tranquilizante y junto con su chofer lo llevaron a una de las recamaras de su casa de Tepoztlán mientras que en el salón principal se quedó el joven en silencio durante varias horas. Había llorado mucho durante el relato y ahora solo estaba mirando fijamente al jardín mientras la luz del día se hacía cada vez menor. “¿Por qué nadie sabe esta versión de la historia?” le había preguntado con cierta incredulidad a su abuelo cuando creyó que el viejo estaba perdiendo la razón. Aún hoy lloro cuando recuerdo lo que me respondió…

Durante los años en que vivieron en Nueva York, Guadalupe no dejaba de recriminarse por no haber protegido adecuadamente a su hija en aquella noche del bombardeo, por haber dejado su cuerpo bajo aquella banca; lloraba constantemente a escondidas mientras Martín fingía no darse cuenta y se refugiaba en su trabajo como ingeniero de la empresa que junto con su hermano había vuelto a instalar luego de que este también huyera de Inglaterra. Cuando partieron hacia México, Guadalupe estaba siendo tratada por depresión severa lo que le hizo perder a un hijo y luego le complicó el embarazo de la que finalmente sería su hija Lupita quien nació de 7 meses en una clínica de Nueva York. La noche anterior a su llegada a Aguascalientes y del rencuentro con su familia, la pareja y sus dos hijos pasaron la noche en un Hotel en una pequeña población a cinco horas de camino de Aguascalientes; en ese lugar se prometieron olvidarlo todo y empezar desde cero, acordaron lo que iban a contarle a todos y como iban a convencer a su hijo mayor de que sus constantes pesadillas sobre la guerra eran solo pesadillas, juraron no decirle a nadie lo que había pasado y construir, de ahí en adelante, una vida de sueños, esperanzas y tranquilidad para ellos, sus hijos, los hijos que tendrían en el futuro y para todo el que los rodeara: “ni una sola lagrima más Lupe…”, “…tenemos que hacer que valga la pena”

Mi abuelo murió a los pocos meses de haberme contado esto y muchas otras cosas; su versión de los hechos fue corroborada por la hermana menor de mi abuela quien fue su confidente en un momento de debilidad al enterarse del final de la guerra el 16 de Agosto de 1945 y mas tarde por uno de los hijos del hermano de mi abuelo. Mi tío abuelo se quedó a vivir en Nueva York y prometió no contar lo sucedido una vez que mis abuelos le avisaron por carta de su llegada a Aguascalientes y le informaron sobre su juramento. La esposa de mi tío abuelo le contó todo a sus tres hijos en mayo de 1986 cuando murió su esposo: “Su padre me hizo prometerle que le contaría todo a lo niños (refiriéndose a mi mamá y sus hermanos) el día que muera el último, siempre pensó que esos niños debían saber lo mucho que callaron sus padres para darles esa vida tan maravillosa”.

Hace 65 años, el 6 de junio de 1944 (día D), fue el inicio del fin de una guerra para unos y el inicio de una guerra mas cruel para otros: la lucha contra los recuerdos, la lucha por recuperar los sueños, la lucha por reconstruir los ideales, por demostrarse cada día que valió la pena luchar y por seguir adelante. A quienes dieron su vida en una o en la otra guerra: gracias, su herencia es invaluable y su ejemplo inspirador.